jueves, 24 de mayo de 2012

Padre mío celestial,
a quien mi espíritu adora,
deja que me acerque a ti,
refugio y claro cenit
e irradia de luz mis obras...
Mira a quien con inefable
ímpetu de amor filial
ora en nombre de su padre,
como del suyo, Isaac...
e implorando hallar para mi hijo
la cuota que un día prometí,
en tu nombre, y de los Elohim,
suplico os dignéis confiarme
tareas inherentes al valor
invocado en mi paternidad,
aunque nada más se me diera,
laitselec oím erdap.


Cuando el autor se debatía en un mar de confusiones respecto a su existencia, y atravesando como estaba una penosa situación que ya se prolongaba por años -y que lo tenían al borde del colapso-, viendo que sus invocaciones al cielo no producían el más mínimo alivio a su espíritu, se le ocurrió 'diseñar una plegaria' que sirviera de compromiso para soportar las tensiones de su vida diaria. Para entonces, el Padrenuestro se había convertido en una retahíla carente de sentido, algo que se reza sin el más mínimo interés, ya que estaba construido con argumentos impuestos por 'alguien', aunque se dijera que era el mismo Jesucristo.
De allí se propuso hacer algo que tuviera sentido para él; una oración en que cada palabra se pudiera desmenuzar y mostrara su propia fuerza; en donde cada frase estuviera ligada a la siguiente formando todas un eslabón, un conjunto amurallado, un grito al cosmos por ser asistido con una brizna de paz.
Desde un inicio él advirtió que su ocurrencia era asaz pretenciosa: hacer una oración donde el verso inicial se repitiera a los lados, en forma de acróstico, e idénticos en la forma vertical de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, y donde la pieza se coronara igual en la frase final... ¡era-una- locura!... Algo casi imposible de lograr. Pero él ya había perdido el sentido de su existencia; y como ya no sentía el más mínimo interés por seguir viviendo, bien podía darse el lujo de 'gastar' los últimos minutos de su tediosa vida tratando de dejar la huella de su dolor en una oración elaborada.
Eso había pensado él, que serían unos minutos... cuando la frase inicial era una simple invocación de saludo que surgió de su mente, sin poner la más mínima barrera por ajustarla o cambiarla, pues le pareció ideal: 
Padre - mío - celestial... Esa fue la primera impresión de su alma: reconocer que tenía un padre, que era suyo, y que debía estar en algún lugar. Y qué otro lugar más simbólico que ubicarlo en toda la extensión celeste, para no decir 'universo' o 'mundo' o 'cosmos'... palabras muy bonitas, ¿pero todas tan etéreas?... No. La de 'celeste' le pareció ideal.
A quien mi espíritu adora... En efecto, desde el instante mismo en que surgió esa invocación reverencial al padre, vino en correspondencia el tipo de saludo más adecuado; y como era un Padre espiritual, no tangible, podía colegirse fácilmente que a un ser de esa condición no se le da la mano, ni se intenta abrazar o besar. Es imposible el contacto físico. Sólo se le podía invocar con un saludo reverencial de máxima apreciación para un espíritu superior, por parte del espíritu inferior que lo invoca. Esto le pareció de adoración suprema.
Deja que me acerque a ti... En la intención de darle a conocer a ese Ser las más profundas impresiones de su alma, pensó que debía estar lo más cerca posible; pero antes había que pedir un permiso reverente, y no acercarse -así sin más- a soltarle a ese ser supremo las quejas de su existencia humana. Una vez pedido ese permiso de aproximación, consideró justo emparentarlo con la justificación de esa intención.
Refugio y claro cenit... donde el espíritu se sienta realmente confortado... Aquí enfatiza el concepto de un 'claro cenit', por considerarlo el punto más elevado que está sobre todas las cosas, encima de cada uno cuando más se le necesita. Eso lo tenía claro en su mente el autor.
E irradia de luz mis obras... Una vez creyó estar cerca de ese ser superior, no le pidió una solución mágica a sus desgracias personales, sino que lo invoca para que irradie de luz todas sus obras, como una forma de pedir la fuerza, la energía, el impulso necesario para el logro de un propósito específico, pero JAMÁS pidiendo o rogando al ser supremo que le solucione los problemas en forma mágica. Para entonces, el autor ya empezaba a comprender que todas las cosas que le habían sucedido estaban escritas en el libreto de su vida. y, lo más insólito, ya-sabía-que-él-mismo-había-elaborado-su-propio-libreto. Por tanto, no podía invocar al ser supremo que le revocara unas situaciones que él ya se había hecho acreedor como karma. Era la ley de causa-efecto-causa-efecto... donde una situación es el efecto de una causa anterior, que a su vez se constituye en causa de otra situación asumida como efecto...


Mira a quien con inefable
ímpetu de amor filial
ora en nombre de su padre
como del suyo, Isaac,
e implorando hallar para mi hijo
la cuota que un día prometí,
en tu nombre, y de los Elohim...
suplico os dignés confiarme
tareas inherentes al valor
invocado en mi paternidad...
aunque nada más se me diera...
laitselec oím erdap.



Años después -muchos años-, cuando el autor ya había logrado obtener en alta dosis no la paz pero sí la resignación para su alma, decidió hacer la pista musical al tema. Hoy es su oración, la única invocación de su espíritu inquieto.